Nuestra visión se asienta sobre una cálida sonrisa, sobre un movimiento expectante, de esa manera podemos tallar los cuerpos encerrados en un ligero silencio. Movimientos suspendidos responden de manera inmediata, a un mundo que posee una coherencia que es preciso develar. Miradas, gestos y expresiones nos invitan a continuar. Debemos buscar la prolongación de aquello que oculto o mutilado nos espera. Aquello que se impone en los rostros de madera, a eso olvidado y presto a volver. Bajo una textura incierta, embrutecida por la herramienta, nos invade un camino que empieza en nuestras manos. Volvemos a un tiempo primigenio, a los rituales canónigos, a imágenes de cierta ciencia ficción contemporánea, a un lugar donde lucha la animalidad en cada gesto esbozado. Es fácil encontrar la visión de ternura que aún está por nacer. Nos invade con la obra de Rosas esa sensación de estar desnudos ante el espejo. Sentir que nuestros cuerpos, recién separados de golpe preciso, buscan encaramarse de vida. Somos un bosquejo incierto de una mano febril que crea lo antiguo con gestos rápidos, aquel viejo universo que pervive en arrugas y muecas de una eternidad sentida. Una pose repetida desde que el rayo nos marcó a fuego. Aquello que espera ser devuelto, somos la infancia, la pureza manchada por el gesto humano. Junto a este viaje legendario que el artista nos propone, subsiste un fuerte caudal del Comic. Del trazo desdibujado, borroneado, de cuerpos librados a modelos mitológicos. Toda la obra trasciende un misterio que sin dudas puede pensarse como mezcla de imagen, postura, movimiento estático, ritual y espera. Fernando Rosas reinventa personajes olvidados, personajes de una trilogía de vida soñada por Pasolini. Intenta rescatar personajes humanos de un tiempo incierto pero necesario. El artista decide traslucir su mensaje a través de composiciones de parcelada existencia, bosquejados sobre la certidumbre del viaje y el regreso.
Luis Baudino
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